Marcelino Maneiro: «Intentamos copiar lo que hay en la naturaleza»
¿Valora nuestra sociedad la importancia que tiene la investigación científica en su desarrollo? ¿O aún queda mucho camino por recorrer? Con motivo del Día del Investigador Científico, una fecha que busca poner en valor el papel que juegan los investigadores en el progreso de la humanidad, tuvimos el placer de conversar con Marcelino Maneiro, un investigador consagrado que comenzó su carrera en los años 90 y fue partícipe de la evolución de la investigación en nuestro país.
Actualmente, Marcelino Maneiro es profesor titular de Química Inorgánica, docente en la Facultad de Ciencias y en la Escuela Politécnica Superior (EPS) del Campus Terra, y responsable del grupo de investigación Química Bioinorgánica y Supramolecular (SUPRABIOIN).
Su amplio bagaje le permite tener una valiosa visión sobre el estado actual de la investigación científica, la relevancia de incrementar la financiación para retener masa gris y facilitar la colaboración entre la universidad y el tejido empresarial.
A lo largo de la conversación, Maneiro, un apasionado del deporte y de los viajes, destaca la importancia capital de la investigación básica, defiende la necesidad de acercar la química a las nuevas generaciones a través de la divulgación y nos cuenta las claves de una investigación pionera que están llevando a cabo en SUPRABIOIN: el desarrollo de catalizadores que tienen un efecto protector frente a la acción oxidante y que podrían ser empleados a nivel medicinal y farmacéutico, pero también en el ámbito industrial, en el sector alimentario o en la lucha contra la crisis climática.
Además, Marcelino Maneiro nos recuerda que a través de la ciencia no solo se puede cambiar el mundo, sino que también se puede recorrerlo gracias las estancias de investigación y a los congresos donde la pasión científica y las ganas de conocer nuevos lugares se dan la mano.
-Hoy es el Día del Investigador Científico, ¿considera que la sociedad es consciente de la relevancia de esta figura o necesitamos reivindicarla para entender que sin científicos nos alejamos del progreso?
-Yo pienso que la sociedad cada vez es mas consciente de la importancia de la ciencia, sobre todo desde la pandemia. Aun así, desde mi punto de vista, no se valora suficientemente la importancia que tiene la investigación y la ciencia como pilares del desarrollo de la sociedad.
Teniendo en cuenta, además, que este desarrollo está pivotando en torno a los avances científicos que se están produciendo actualmente.
De hecho, a nivel gallego se está expulsando a científicos jóvenes, con una excelente formación, que migran a otros países donde son acogidos de manera estupenda. Esta migración de materia gris se produce porque a nuestros científicos jóvenes no se les dan ni las condiciones laborales idóneas, ni los medios suficientes. De ahí que considere que nuestra sociedad no valora la investigación y la ciencia como debería.
-Transferencia vs investigación básica. Con frecuencia, quien está lejos del universo académico y científico asiste a una suerte de dicotomía entre esas dos líneas de trabajo. ¿Ha percibido esta dicotomía?
-Como su propio nombre indica, la investigación básica es la base de todo. No puede haber investigación aplicada sin una investigación básica fuerte. Cuando se habla de investigación básica parece que se está trabajando en un aspecto más teórico, pero no es así. Internet, por ejemplo, fue fruto de la investigación básica.
La investigación básica, a veces, produce directamente herramientas y productos. En otras ocasiones, sin ella sería imposible desarrollar la investigación aplicada y transferirla a la sociedad.
En el grupo de investigación SUPRABIOIN trabajamos en el ámbito de la química y llevamos a cabo investigaciones básicas. Sin embargo, los productos que nosotros sintetizamos, caracterizamos y de los cuales estudiamos sus propiedades sí pueden ser, luego, transferidos y aplicados la sociedad.
¿Por qué? Los investigadores hacemos una selección de estos compuestos y sabemos cómo se comportan, es decir, cuál es su respuesta a diferentes estímulos. Esto nos permite conocer cómo se pueden aplicar.
-Más allá de este debate, parece evidente que la relación entre los investigadores y el mundo de la empresa tiene trabajo por delante para poner en valor tanto las capacidades de unos cómo las de otros, ¿no? ¿Cree que se están creando en España los canales y mecanismos adecuados para conectar estos dos mundos?
-Creo que se está yendo en el camino correcto, pero seguimos por detrás de otros países donde tanto desde la universidad como desde la empresa saben que se complementan y que el avance de muchas empresas se basa en el conocimiento generado por la universidad y la educación.
Aquí los mecanismos de colaboración entre empresas y universidad no están tan engrasados. Y la responsabilidad es mutua. Hace falta hacer más pedagogía entre unos y otros y que haya foros en los que coincidan más universidad y empresa. Pienso que desde las instituciones se están intentando dar estas herramientas, pero los cambios no son rápidos. Hay inercias en la forma de trabajar, desde un lado y desde el otro, que se deben cambiar.
También es cierto que los países donde la colaboración es eficaz cuentan con departamentos de transferencia desde la universidad muy potentes. Al fin y al cabo, debemos tener en cuenta que en numerosas ocasiones los proyectos salen adelante porque se invierten recursos económicos y humanos en ellos. Por eso, es fundamental que haya una apuesta por poner en marcha departamentos de transferencia más potentes de los que hay, que puedan canalizar todos los campos de conocimiento e investigación que hay, por ejemplo, en el Campus Terra: química, informática, biología...
A ello hay que sumar el hecho de que en muchos países existen mecanismos automáticos de colaboración entre universidad y empresa.
Independientemente de las ganas y del interés que se tenga en fomentar esta colaboración, las limitaciones presupuestarias se imponen. Hay países de nuestro entorno que superan la inversión del 3% del PIB en investigación, en España no llegamos al 1,5% y en Galicia estamos alrededor del 1%.
-Ustedes trabajan con catalizadores que tienen el potencial de convertirse en antioxidantes. ¿Cómo se lleva a cabo esta investigación? ¿Cuál es el recorrido de estos compuestos para la salud humana? ¿Y para la alimentación?
-Intentamos copiar lo que hay en la naturaleza. Nuestro organismo tiene enzimas antioxidantes que son capaces de controlar el exceso de oxidantes que se pueden generar de forma natural durante el proceso respiratorio o por causas externas, como pueden ser la respuesta cuando sufrimos una radiación, una contusión o la contaminación ambiental.
Copiamos estas enzimas y desarrollamos mediante síntesis en el laboratorio unos catalizadores que mimetizan su función. En este trabajo de investigación básica comprobamos que tienen un efecto protector frente a una acción oxidante externa. Se trata de compuestos que actúan como catalizadores en química redox (oxidación/reducción de electrones), por lo que además de tener la potencialidad de controlar el estrés oxidativo y poder utilizarse en el ámbito farmacológico, también podrán desarrollar otras catálisis más allá de este ámbito.
Uno de los proyectos subvencionados por el Campus Terra en el que trabajamos de forma multidisciplinar con investigadores de otras áreas consistía en estudiar cómo incluir estos compuestos en un polímero que fabrican las algas, el alginato, que también tiene un origen natural. La idea era hacer envases que contengan estos compuestos antioxidantes y prolonguen la vida útil de los alimentos. Este sería otro nivel de posible transferencia de estos compuestos.
Además, también descubrimos que estos nuevos materiales que contienen nuestros compuestos pueden tener una mayor rigidez y ser empleados como envases, pero con otro tipo de planteamientos pueden presentar un aspecto más gelatinoso, de tal manera que se podrían convertir en apósitos de heridas, ya que la actividad antioxidante de los compuestos favorecería la cicatrización.
Este descubrimiento nos muestra que cuándo se busca una determinada aplicabilidad de un compuesto de investigación básica, nos podemos encontrar con nuevas aplicaciones que no esperábamos y que pueden ser muy interesantes. Para alcanzar esto hay que trabajar de manera intensa, tener el radar abierto y saber interpretar correctamente un resultado que no esperabas.
En este sentido, puedo reconocer que tengo mucha suerte de trabajar en lo que me gusta, lo que me empuja a tener más interés por aprender. Los investigadores científicos tenemos un trabajo muy reconfortante.
-¿Los compuestos que desarrollaron se pueden aplicar también en el campo industrial?
-Sí. De hecho, algunas empresas ya se pusieron en contacto con nosotros para mostrarnos su interés en desarrollar estos compuestos no solo en el ámbito farmacológico.
Esto es posible gracias a que en el grupo de investigación hacemos química redox (reducción-oxidación), lo que implica que los compuestos pueden tener aplicación en el ámbito farmacológico y en el alimentario, pero también podrían aplicarse en el campo industrial y energético. Ya que algunos de los compuestos que sintetizamos son capaces de catalizar la producción de hidrógeno a través de la reducción de protones.
-¿Algunos de los compuestos con los que trabajan pueden servir para reducir los niveles de dióxido de carbono? ¿Hasta qué punto podrían ser un pilar para afrontar la crisis climática?
-Los procesos redox abarcan todo lo que sea intercambio de electrones. De tal manera que parte de los compuestos que desarrollamos pueden catalizar la oxidación de CO2 a carbonato o conseguir que el CO2 se una a un compuesto orgánico para oxidarlo y obtener un ácido carboxílico de este compuesto orgánico.
Existen diversas vías para emplear el CO2 como reactivo de una reacción. Nosotros buscamos optimizar esa reacción y ver si es posible captar el CO2 y reducir su emisión. Esto es importante porque estamos hablando de un contaminante que supone uno de los grandes retos con los que nos enfrentamos en la actualidad.
La sociedad en la que vivimos tiene un consumo energético enorme desde la Revolución Industrial y los niveles de CO2 actuales son los más altos de los últimos 400.000 años, lo cual influye de manera determinante en el cambio climático.
-Manchester, Princeton, Irlanda… En su trayectoria realizó estancias en distintas instituciones y grupos de investigación de varios países. ¿Cómo valora esa experiencia? ¿Se queda con alguna lección concreta?
-Fue muy enriquecedor tanto desde el punto de vista académico y formativo, como a nivel personal. Hace 20 o 30 años, cuando realicé mis primeras estadías, en varios de estos países tenían muchos más medios que nosotros, de tal manera que podía emplear herramientas y medios que aquí no tenía a mi disposición. Por suerte, hoy en día ya no existe esa distancia, aunque sigan teniendo más recursos económicos.
Cuando estuve en Estados Unidos tuve la oportunidad de trabajar con investigadores científicos de muchos países: japoneses, rusos, turcos, holandeses... Y eso me permitió conocer a gente que provenía de otras culturas.
Una de las cosas que más me impresionaron fue lo estrictas que eran las medidas de seguridad en el laboratorio. Lo cual contrastaba con la situación aquí, donde aún existían algunos laboratorios con suelo de madera y sin campanas extractoras para eliminar los vapores que surgen en las reacciones. En estos años también hemos avanzado mucho en este ámbito.
-¿En qué consiste el Proyecto Funil, un curso abierto de química en línea que pusieron en marcha?
-A través del Proyecto Funil grabamos unos vídeos de prácticas de laboratorio para enseñar cómo se desarrollan, porque si estudiamos la evolución de la historia de la química, podemos constatar que su evolución fue toda a base de experimentación.
Durante generaciones, los químicos aprendieron de forma experimental, lo cual contrasta con nuestro sistema educativo, en el que tenemos muchas más clases teóricas y se aprenden las reacciones químicas de forma teórica.
Lo que buscábamos con este curso era mostrar cómo se puede enseñar y aprender química en el laboratorio. Al fin y al cabo, resulta mucho más sencillo y estimulante comprender una reacción si puedes ver que se produce un cambio (cambia el color de un componente, surge humo...) que si la ves escrita en la pizarra.
Estamos muy satisfechos con los resultados obtenidos. Los vídeos tuvieron una acogida fantástica y ya superan las 400.000 visitas, de las cuales, buena parte proceden de otros países como México o Brasil, aunque están en gallego.
Además, tenemos la página web de nuestro grupo de investigación, CienciaNOSA, en la que hay una serie de actividades sobre la historia de la ciencia. Y presentamos nuestras investigaciones en los congresos organizados por Ensinantes de Ciencia de Galicia (ENCIGA), en los que hay cientos de profesores de instituto.
-En su currículo encontramos otro proyecto aún más curioso que nos lleva a hacerle la siguiente pregunta: ¿Tiene el IES Lucus Augusti la tabla periódica más antigua de Galicia?
-Probablemente sí. Nuestro grupo hizo hace años un catálogo del material de laboratorio que había en los institutos gallegos más antiguos. El Lucus Augusti, aunque tuvo diversas localizaciones, es el instituto más antiguo de Galicia, con más de 150 años. A consecuencia de esto, tiene una serie de materiales históricos entre los que se encuentra una tabla periódica que es la más antigua de Galicia entre las que se conocen hoy en día.
¿Cómo lo sabemos? Aunque no aparece el año en el que se hizo, podemos catalogarla por los elementos químicos que aparecen y por los que aún no se muestran porque no se habían descubierto. Es una pieza que tiene mucho interés y que se puede ver en el museo de ciencia que tiene el propio instituto y que yo animaría a la gente a visitar.